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Zeide


Desde la esquina veo el año pasar como una sucesión de momentos irrecuperables. A veces creo que me va a defender el olvido. Hoy creo que este año fue la marea más inmensa de mi vida, refugiada en recuerdos tejidos y anudados por la fuerza de los giros de mis heridas y alegrías. Perdoné y me perdonaron y eso es un regalo. Aprendí la danza de las risas. Lloré mucho. Lloré de amor y de dolor, lloré sin saber porqué. Cambie de rutas para descubrir con quien ir compartiendo cada viaje. Conocí las estremecedoras maravillas de la gente que habita el mundo entero. Conversé con la otra parte de mi, con la que me ocultaba y poseía una mirada vasta e inaccesible. Del otro lado de la escena comenzó a invadirme un tibio sollozo. Tuve las confiadas ganas de retroceder a mis zonas protegidas y doblegarme. Y como en un pacto secreto conmigo misma, abrí en silencio una alfombra de posibilidades. Ahora ignoro si hay conclusiones o nuevos inicios. Me queda el último agradecimiento a mi abuelito, hoy más eterno que nunca, que me enseño a honrar la vida con lazos invisibles en los tiempos más remotos de los sueños. Un Año Nuevo ya quiere florecer.

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