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Rumi




Desde la pata trasera de un apelmazado y viejo sillón de estilo inglés, Rumi miraba hacia el punto más alto de la sala. De modo constante y sigiloso, olfateaba el cheddar caliente y cremoso que Gastón habia dejado sobre la mesa. En el extremo derecho, un bowl de porcelana azul con dibujos de la campiña francesa contenía unos exquisitos nachos sabor queso. De un momento a otro, la escena que Rumi creía infinita e imposible de ser interrumpida, se vio suspendida por la caída del jarrón de plata y vidrio de mi abuela Susana, que se desplomó estridente sobre el suelo y se fragmentó en cien mil pedazos. El piso de roble de Eslavonia resultó dañado sólo en parte. Sin embargo, el defecto en el en una de las conjunciones de los tablones hizo que un vidriecito pequeño e invisible a los ojos de cualquier ser humano saliese disparado estrictamente hacia el párpado de Gastón. Al reabrir su foco izquierdo, sangró sin más, en un mar de lágrimas rojas que brotaban sin parar. Sin pensarlo y totalmente desfigurado en desesperación y dolor, intentó discar algunos números en su teléfono fijo verde musgo. La manera brusca y torpe en la cual se disponían sus dedos llegaron a aquella ansiedad capaz de destruir objetos. El disco numeral dejó de girar y la llamada al 314 fue imposible de llevar a cabo. En un ataque de nerviosismo y pérdida -aún parcial- de la esperanza, se dispuso a buscar su bicicleta para emprender el pequeño recorrido que lo llevaría a EMERGENCIAS. Pero, en el momento en el que iba a despegar su pie derecho del piso, notó que gran cantidad del queso exquisito cheddar se había impregnado en el piso, formando una capa espesa, pegajosa e indisoluble que unía la madera con su zapatilla. Entonces vio el fin. Sin poder comunicarse, sin posibilidad de moverse y casi sin visión. Su ojo, morado y sangriento, se fue desprendiendo hasta perderse entre los pedazos de vidrios rotos. Su confianza por persistir en el mundo se difuminó. Poco a poco, lentamente, fue cayendo y sin lograr siquiera derrumarse entero o poder utilizar su pierna derecha, se partió en dos: su flácido cuerpo por un lado y la pierna derecha y rígida atornillada al suelo, por el otro. Esta noche, otra alma sucumbe y nos deja con Rumi, y con su triste, y quizás insignificante, soledad.


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