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Cigarrillo industrial, artificial.

Actualizado: 28 jun 2019


Me senté a los pies de la cama. Fumando. Cigarrillo. De esos industriales, artificiales. Escuché el grito estruendoso que mi hermano descargaba sobre mi hermana: Hija de puta. Supongo que también me compete a mi. Seguí escuchando mi música, aunque afuera había un barullo, un desorden, el caos de sus vidas. Ahora si podía no involucrarme, o al menos así me mentía. Fume más. Y más. Me estaba fumando la colilla. Qué desborde. Mire las cenizas que había dejado caer sobre el piso. A veces quisiera quemarme. Sentir como seria ese fuego en la piel, en los huesos, en mi aire. Entonces la vi a ella, tan distinta, tan sumisa. La abracé y prometí ayudarla a entrar en la oscuridad, y volver, aunque sea por un rato, a esos instantes de lucidez, de valentía. Estábamos juntas y así juntas podíamos evitar la soledad o las falsas compañías. Y aún hoy aprendo a quererla y a admirarla. Pero por momentos no la comprendo, porque su alma es pasiva pero revuelta, sincera pero incongruente. Es que creo que es un mundo distante el que siente fuera de si misma, porque hay mucha mierda por ahí y porque los terrenos se hacen arduos. Pero la abracé. Y nuevamente fuimos una.

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