top of page

Cuando el día pierde su luz

En las horas del atardecer, el día comienza a perder su luz. Las nubes se oscurecen en el cielo de un azul intenso que soporta, una vez más, una ciudad que se desmorona lentamente. En los márgenes de la homogénea multitud estoy yo. Me tomo las piernas con toda la fuerza que mis brazos puedan alcanzar y respiro profundo, no quiero olvidarme de que aún estoy viva. Soy un alma sensible y lo percibo: a menudo la caída es violenta e imperceptible. Ahora mis latidos siguen mi estado paranoico que es cada vez menos susceptible de ser derribado. Grité de bronca y de dolor, por favor que no me toque ser el centro de atención, por favor otra vez no. Renuncie a todo por desplegar mi alma llena de penas y de miserias y de vacíos y de ausencias y de enfermedad y de manía y de represión y de hastío y de debilidad y de estúpido romance y de cobardía y de tantas ridiculeces y de mirarte a los ojos y de relatos denigrantes y de tristes tintes y de barro y de sarcasmo y de abismo y de crueldad y de asfixia y de asco y de absoluta resistencia a vivir allá afuera, porque acá adentro, entre letra y letra, entre mi palabra y tu pensamiento, entre lo que escribo y lo que sentís, está el universo de la felicidad y del dolor, que son lo mismo, o casi. 


38 visualizaciones0 comentarios

Entradas Recientes

Ver todo

Comentarios


bottom of page