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Desierto

Actualizado: 7 jul 2019


En la tierra áspera de un día soleado nos sentamos a mirarnos. El mediodía y yo. Un encuentro irremediable, inconfundible. Nos sostuvimos con una sonrisa y me sentí a salvo. El desierto estaba ahora completo, me invadía. Respirábamos aire seco, árido. Dos almas unieron sus lánguidas esencias para contemplarse. Y así quedamos, suspendidas, ligadas. La eternidad era carne fresca y nosotras un nuevo encuentro amoroso. El secreto gritaba y se liberaba del terror de otro oscuro día. De pronto, una extraña sensación de impureza me devolvió al mundo, rechazada e imperfecta. Y fue ahí cuando sentí los fragmentos, los desconciertos y la incertidumbre. El eco se propagaba dejándome una vez más al borde de un abismo frío y desamparado. Salté. El viento me quitó la respiración. ¿Estaba muriendo? Sonreí, flácida. Estoy desmembrada. Me veo despareja e imperfecta, me siento asimétrica y desgarbada. Me estoy vaciando. De nuevo me siento iracunda y me arde el pecho. ¿Cuanta cólera podría soportar? Descubro que la vida me duele pero no me complace ni me consuela la muerte. Estoy cayendo. No hay salida. Estoy sola. Creo que ya he muerto. ¿Cuantas almas más sucumbirán como esta?

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