Estamos vacíos todo el año, frenéticos, inabordables. Pero llega el 31 y somos marea de emociones, reflexiones y muchas mentiras. ¿Qué hay de nosotros que escupimos sólo en el instante final del recorrido? ¿Qué hay en cada uno de nosotros que nos olvidamos de las grandes miserias y comenzamos, por un sólo día, a revalorizar lo bueno? ¿Qué hay en nuestras vidas que nos corrompe a tal punto que el sólo hecho de finalizar un tramo nos reanima con estúpidas melancolías y mensajes ridículos? ¿Qué tenemos en el alma que creemos que el otro es nuestro y podemos hacer de él o ella la marioneta de nuestros impulsos y el destinatario de nuestras frivolidades? ¿Qué sucede que nadie se cansa de amar sin perdonar y de querer ser amado sin ser perdonado? ¿Qué es lo que acontece en el año que nos distrae tanto como para no detenernos sinceramente? Estamos tan vacíos que nos llenamos hoy, pero mañana ya será de nuevo la ruleta de todos los días, esos que son productivos y poco dóciles, poco excitantes y siempre tan iguales. Cuánta amargura nos depara si no podemos tan sólo aceptar y repensar, no sólo el 31, si no desde el primero hasta el último de los 365 que tenemos. No seamos tan aburridos y predecibles, ni tan falsos. Adjetivemos positiva y negativamente, pero con conciencia y pudor. Feliz 2019 a quien ya sabe que se lo deseo enormemente. Y sino, espera a las 00.00, que ese ridículo mensaje mientras chocamos las copas vibrará con amor y una lágrima de esperanza.
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