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Fragmento de una narrativa explícita de una asesina en serie

Actualizado: 28 jun 2019


En el instante en el que una porción de lluvia cayó sobre el techo aún poco mojado de la casa, Dumy estaba lista para una nueva tarde de muerte. Quería saciarse de venganza y comprobar la mortalidad de Eme, quien parecía ingobernable. 

Dumy y Sat eran buenas compañeras, especialmente por su carácter provocador y sus activas ganas por encontrar motivos para aborrecer la vida. La muerte era para ellas una gran alegría que permitía la complicidad, como un juego prohibido pero que se volvía posible y desde que se lo proponían hasta cumplir con el objetivo recorrían la mayor sensación de placer. Apretar el gatillo era sencillo, un detalle ínfimo y la catarsis más grande. La muerte era un acto de sublimación, un deseo que se concretaba y producía un evento único, inolvidable. 

Dumy y Sat habían logrado comprender que la compañía era solo una excusa para unir lo que creían que era irreconciliable. Se besaron, se tomaron de la mano, entrelazándose al arma y como un orgasmo aliviador lanzaron un grito que resonó al compás de la bala atravesando a Eme. Era merecido. Su asesinato era un acto de rebeldía muy grande como para sentir su ilegalidad. Eran corruptas pero eran sanas porque estaban del lado de la ambición, de la valentía y del deseo. 

Una gota de lluvia nubló la vista de Dumy, que se desplomó en la acera impactándose sobre  charcos de agua sucia. Recorrió su propio cuerpo hasta sentir el último halo de dolor y placer. ¿Cuantas noches más sucumbirán cómo esta? 


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