En la calidez de un pensamiento me detuve. Vi mis miedos y en un breve sonido que traía el atardecer se arrastraban las voces de un infierno frío y sin esperanzas. Nunca quise lastimarte pero mi sinceridad no tiene fuerza, no tiene voluntad. Tantas formas tuve de ocultar que ya no distingo de que lado del amor estoy. ¿Será mi amor, dolor? ¿O son mis penas que no logran derrumbarse? Me tienen a salvo los recuerdos. No tengo dichas y mucho menos la concreción del abandono que trae milésimas de ilusión. Es que ya estoy adormecida y el mundo es pobre y se nutre de banalidades. Pero sé que siempre hay una intuición que nos rescata, nos amarra sin posibilidad de solturas, y nos devuelve vomitados a un punto que me une con el horizonte. Soy tan tibia como el mar de mediodía, que luego de haber renovado sus aguas, se aventura hacía un nuevo, aterrador e incierto día.
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