La espesa niebla cubre el asfalto en un gris atardecer. La lluvia cae desmedidamente en una Buenos Aires caótica, invadida por el hastío. Una gota tras otra repiten una melodía que se vuelve incesante, rítmica, visible. Las húmedas calles envuelven a los cuerpos en su pesadez y mediocridad. Santiago siente que el aire se le vuelve insuficiente, se le acelera el pulso y la tormenta lo desarma. Se desploma al llegar al cruce de la Avenida. Y entonces la noche es la única testigo del duelo de un alma, tan desafortunada. Este cielo negro es la mayor certidumbre, la única calma. Cada milímetro de agua se vuelve más transparente, cada nube más asfixiante, el día abruma un poco más. ¿Cuántas noches más sucumbirán como esta?
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