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Paranoia

Actualizado: 28 jun 2019


El silencio era ensordecedor. Comencé a caminar y mis piernas retumbaban contra el piso, dejando huellas en un desierto remoto. El terreno parecía infinito y el ladrido de un perro me sobresaltó. Otro le respondió. ¿Estarían hablando de mi? Imposible saberlo. Continué mi corto recorrido. Parecía ahogarme esa inmensidad. ¿Cuantos sufrimientos padeceremos en vano? Que inútiles que somos. Creamos continuas simbiosis con el entorno sin ser capaces de percibirlo amablemente. Nos torturamos, nos juzgamos. Y ahora viene alguien a reprochar mis angustias. Que patético. La sensibilidad, tan característica del ser humano, es tan escasa y vacía. Que hipocresía. 

Llegue a la playa. El agua es turquesa y azul marino, gran ironía. Quiero flotar o jugar en el agua, me criticarían: las actitudes infantiles en los adultos son consideradas locuras. Hoy no tengo ganas de que me llamen lunática. Otras veces me divierte, me anima y me excita la forma en que la gente me trata de idiota o de loca. Me consideran defectuosa por eso. Que estupidez. Si seré inconsciente que creo que estoy más cuerda que nunca. No me interesa. Siempre lo dije. Peor es tener el corazón sólido e inviolable. 

Y ahora me vuelven a mirar. Me vuelven a juzgar. Ingenuos.

La playa de día tiene algo perturbador, tan ociosa que me destruye, me cohíbe. Parecen querer olvidar pero recuerdan y se detienen a pensar por primera vez en el año. Son hipócritas, soberbios. 

Llevo cuatro horas pensando. Será inútil. Quizás un día me publiquen. No. La escritura es amor, opuesta a la mercancía. No quiero depender de nadie. Ni siquiera de mis propios miedos. Me destruyen.

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