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Se hizo sangre, se hizo tiempo, se hizo olvido.


Compartían la misma sensación de austeridad irremediable. En un punto horizontal y equidistante estaba su sombra más fraternal, más oscura. Pudo reconocerla porque era arisca y contenía la rabia con discreción y disciplina. El engaño era parte de sí, pues su mundo era patético y la única forma de torcerlo era mediante una constante insistencia por lo dramático que contaminara cada uno de sus días. La ficción lograba salvarla. Volver a la vida era crudo y el espejo reafirmaba un reflejo que aborrecía y lamentaba. Decidió poner un punto final a esas risas falsas que contagiaban más pesadez que felicidad. Rompió su cuerpo en pedazos de vértebras, en pedazos de tiempo, en pedazos de recuerdos. Se hizo sangre, se hizo tiempo, se hizo olvido. ¿Cuantas noches más sucumbirán cómo está? 


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